Sin pensarlo dos veces, le propusimos el siguiente “experimento”: cuando tu hijo ya haya estado un buen rato jugando (no más de media hora para su edad) prueba a sentarte junto a él con el cesto de las pinzas de la colada (mucho mejor si son de colores).
No le digas nada: empieza a sacarlas de una en una y a jugar con ellas: puedes imaginar que son coches, o aviones, y ponerle emoción creando “efectos especiales” ( brrrummmmm…); también puedes hacer una sencilla casa, o un circuito, o puedes engancharlas entre sí para hacer una serpiente multicolor…. Cualquier idea que te surja es buena si la vives.
No dudes de que si tu hijo ve que estás divirtiéndote ( ¡no pongas “cara de lechuga”, claro!) soltará de inmediato la consola y se pondrá a jugar contigo.
A esa edad, el juguete no es tan importante como lo es el que le dediques un buen rato de calidad a jugar con él: las risas, la complicidad que ganaréis juntos vale más que el juguete más caro que puedas regalarle.
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